- La Vieja Guardia

Contenidos más dinámicos para los atlas de riesgos

Fecha: 13 ago 2018

Según la definición que aparece en la página del Atlas Nacional de Riesgos, este es un “sistema integral de información sobre los agentes perturbadores y daños esperados, resultado de un análisis espacial y temporal sobre la interacción entre los peligros, la vulnerabilidad y el grado de exposición de los agentes afectables. Con sus herramientas se estará en posibilidad de simular escenarios de riesgos, y estimación del sistema expuesto ante un fenómeno perturbador, para la oportuna toma de decisiones en las medidas de prevención, mitigación y gestión adecuada del territorio”.

Peligros naturales

La doctora Naxhelli Ruíz Rivera, secretaría Académica del Instituto de Geografía de la UNAM y especialista en política pública de prevención y gestión de riesgos, señala que hay que diferenciar entre lo que deberían ser los atlas de riesgo y lo que realmente son en nuestro país. “Actualmente cuando se habla de atlas de riesgos nos referimos a información que viene en diferentes formatos, a veces sólo como un catálogo de mapas impresos, estáticos, que reflejan una situación en un momento determinado, pero este es un formato muy limitado”. La experta argumenta que actualmente con las facilidades que brinda la ciencia, como las plataformas geotecnológicas, se pueden obtener recursos más completos y eficaces.

Explica que entre autoridades y ciudadanos cada vez se incrementa más la demanda de lo que se denomina atlas dinámicos. Este tipo de herramientas poseen un formato más interactivo en las que se puede programar sistemas de información geográfica que se alimentan de diferentes fuentes. Dependiendo de la accesibilidad y calidad de la información, se pueden incluso brindar datos en tiempo real. Sin embargo, esto sólo tiene que ver con el formato de un atlas. “Otra cuestión es que realmente sean de riesgos, pues esto implica un conjunto de información bastante específico. En México, la mayor parte de los atlas son en realidad de peligros naturales, que es distinto”.

La especialista cuenta que un atlas de peligro puede mostrar información de los fenómenos, por ejemplo, la trayectoria de un huracán. Aparece, por ejemplo, información sobre las intensidades de vientos y lluvias, pero conocer el efecto específico en el territorio depende de otros recursos. “La mayoría de los atlas que tenemos en la actualidad pueden reflejar información sobre las características del fenómeno e incluso cómo se manifiestan en un lugar, cuáles son los peligros, y cuando ya se estos se materializan entonces se denominan amenazas. Hasta ese nivel digamos que es útil la información, pero no nos habla de afectaciones todavía”.

El siguiente nivel de información es lo que necesita un atlas para verdaderamente llamarse de riesgo. Explica que para que nos hable de afectaciones, necesitamos de lo que se llama en la terminología de la Ley Federal de Protección Civil, “los sistemas expuestos”, es decir, si hay instalaciones eléctricas, puertos, carreteras, vías únicas de acceso a un lugar, etcétera.

Por otro lado, debe existir información que se relacione con la vulnerabilidad social, las condiciones de desarrollo socioeconómico de las localidades que finalmente son las que van a recibir los daños. “Ya que juntamos toda esta información, podríamos empezar a hablar de atlas de riesgo, pero mientras no la tengamos, en realidad son atlas de peligros naturales”.

Historia y retos específicos

El primer Atlas Nacional de Riesgos se generó en 1991 y reunía una serie de mapas que daban cuenta de asuntos del territorio muy generales. Esta es una época en la que también se estaba creando el Sistema Nacional de Protección Civil. Después de ese primer intento, desde finales de los años 90, aparecen iniciativas de las ciudades, que dieron origen a la creación de más atlas, pero finalmente una política de inversión federal acompañada por una metodología estandarizada se empezó a gestar desde 2009. A partir de 2011 se revisa anualmente y se les dan especificaciones a los municipios acerca de cómo presentar sus mapas que finalmente formarán parte del Atlas Nacional de Riesgos.

Sin embargo, según datos del estudio estratégico Inventario de Atlas de Riesgos en México (Noviembre, 2017), publicado por la Academia de Ingeniería de México, sólo 15 % de los municipios del país cuentan con un atlas de este tipo que cumple con la normatividad del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) o de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu).

“La idea final de un atlas de riesgos es disminuir la vulnerabilidad para que los peligros y el riesgo global no se convierta en un desastre”, dice Ruíz. Agrega que los equipos que realizan este tipo de trabajos son multidisciplinarios. Para hablar de los peligros naturales, están especialistas en diversas áreas de las ciencias de la tierra, como geólogos que trabajan fenómenos como los sismos; pero también meteorólogos, que en el caso del país están enfocados principalmente en climas tropicales. También hay especialistas en vulcanología y en todas las áreas que caracterizan las afectaciones naturales típicas de nuestro territorio.

Para determinar la parte social de un atlas generalmente se convoca a geógrafos y en muchos casos con especialidad en economía, pues una parte muy importante en los estudios de riesgo tiene que ver con la exposición de los sistemas económicos porque si la estructura de un lugar se colapsa después de un sismo o un huracán, se requiere saber cómo está conformada la distribución de alimentos e insumos básicos de una comunidad.

Para la creación de los atlas de riesgos dinámicos, ocupan un papel muy importante los programadores de sistemas de información geográfica. Precisamente en el Instituto de Geografía, una de las instituciones claves para la realización de este tipo de instrumentos, hay un laboratorio con imágenes de satélite que permiten a los especialistas en percepción remota, alimentar con esta información muchos estudios, principalmente de la parte meteorológica.

Se calcula que hay alrededor de 500 municipios que han realizado este trabajo, pero también se efectúan actualizaciones de atlas que ya existían. “El problema es que algunos municipios no entregaron capas de información o incluso cuando salieron los gobiernos municipales se llevaron estos documentos, así que no están disponibles”.

Además de que falta completar y actualizar información, otro reto es comunicar correctamente la idea de riesgo. “El riesgo no es certeza, es probabilidad. Hay atlas que están muy bien hechos, pero a veces no es fácil entender su contenido”. La doctora Ruíz asegura que los atlas de riesgo se hicieron en un inicio pensando en especialistas, en gente de desarrollo urbano y brigadas de emergencia de protección civil que necesitan saber cómo se hace para priorizar los recursos en caso de una emergencia; pero otro usuario en crecimiento es el ciudadano que busca respuestas concretas y que puede aprender mucho del riesgo mitigable.

“Sin duda tiene que haber un trabajo en los nuevos modelos de atlas de riesgos donde los científicos nos hagamos responsables de comunicar estas ideas complejas y reconocer las necesidades de las personas que no son especialistas y que están buscando certezas entre esta información”, comenta y agrega que, sin embargo, también se tienen que crear nuevas herramientas para comunicar las necesidades del usuario en general, que no necesariamente deben estar contenidas en un atlas de riesgos.

El reflejo de estas inquietudes se muestra en las constantes búsquedas de usuarios en el Atlas de Peligros y Riesgos de la CDMX. En la versión pública hay un mapa de zonificación sísmica que despliega las diferentes clasificaciones de suelo, desde el más rígido al más suave, como el que se sitúa sobre las zonas del lago. “El más suave, el de la zona III d, es en el que brincas y se mueve, pero esto no significa que no se pueda habitar allí. Para cada tipo de suelo hay normas de construcción”, explica Ruíz y añade que alguien que por ejemplo quisiera comprar una vivienda en esta zona, tendría que asegurarse que haya cumplido las reglas, pero en realidad son cosas que se omiten.

La investigadora sostiene que hasta el momento no hay un instrumento público que nos digan con certeza si hay viviendas que cumplan las normas de construcción, pero más que un trabajo de un atlas de riesgo, este debería ser un trabajo de una oficina de desarrollo urbano. Así, a partir de un instrumento de este tipo y de otros factores estructurales de la vivienda, se podría generar una ficha con la información necesaria para saber el estado de una casa o edificio y en todo caso especificar el reforzamiento necesario para cumplir con la ley. “Esto no existe en México, a diferencia de otros países”, apunta.

Las condiciones geológicas e hidrometeorológicas de nuestro país ocasionan que sea una zona expuesta a los peligros naturales, pero también la poca planeación de las ciudades ha ocasionado que la vulnerabilidad sea cada vez más evidente. La inversión en más herramientas de análisis, así como en tecnología y en capacitación de expertos locales, podrían cambiar la historia, pues siempre será mejor la apuesta en prevención que en reparación de daños.

Fuente: El Universal