- La Vieja Guardia

La Universidad del Periodismo

Fecha: 18 abr 2019

Por Marco Antonio Cortez Navarrete.

Después de mi inicio como comunicador en Radio Uady y mi paso por Grupo Sipse, llegó a mi vida una excelente oportunidad, tal vez, la más importante: ingresar al Diario de Yucatán, histórico medio de comunicación con trascendencia en la región y el país.

Fue en 1980, tenía ya 21 años de edad cuando pisé por primera vez la Redacción del Periódico de la Vida Peninsular; al fondo del segundo salón, destinado para jefes de información, redactores y directivos, estaba en ese momento solo una persona en su escritorio: Jorge Muñoz Menéndez(+), jefe de la Redacción.

Llegué con experiencias adquiridas en la radio universitaria y Grupo Sipse, además de efímeras estancias en el periódico Tribuna de Campeche, que abrió sus puertas por primera vez en Mérida, en una casona ubicada en la confluencia de las calles 60 y 69, y también pasé por la corresponsalía de Notimex, cuando desde un teléfono convencional hablabas a México por cobrar y la persona que te respondía capturaba en su máquina de escribir lo que le dictabas.

Con este bagaje pensé que ya dominaba la actividad periodística y, ¿saben qué?, me di cuenta que aún sabía muy poco, tanto en conocimientos, como en literatura e, incluso, en experiencia de campo.

Desde el primer día, en el Diario respiré un ambiente de disciplina y de organización, además de trabajo en equipo, camaradería y una precisa y puntual coordinación para el desempeño del quehacer cotidiano que exigía este medio de comunicación, fundado en 1925, apenas tres años después de la entonces Universidad Nacional del Sureste, hoy UADY, en 1922, donde también tuve el honor de estar oficialmente de 1983 a 2016 (33 años), pero este tema es parte de otro artículo para La Vieja Guardia.

Cuando formé parte de su estructura, la filosofía del Diario era muy sencilla: objetividad, veracidad y honestidad, destacando de manera especial la iniciativa y la búsqueda de información preferentemente exclusiva y de trascendencia e interés para la opinión pública.

Lo anterior significaba obtener lo que nadie más había logrado -ningún medio-, es decir, noticias exclusivas y relevantes que, además de su importancia, motivaban y estimulaban el orgullo y la satisfacción de los colegas periodistas.

Recuerdo, asimismo, la dinámica del Diario para sus reporteros de nuevo ingreso, la cual consistía en acompañar cotidianamente, y durante un lapso considerable a todos y cada uno de los colegas más experimentados, no solo para conocerlos sino también para involucrarnos gradualmente e integrarnos al estilo y la filosofía del periódico.

Y es así que tuve el honor de conocer y observar el desempeño y trabajo de grandes periodistas como Manuel Triay Peniche, Antonio Alcocer Hernández, Manuel Acuña López (+), Roger Narváez Huchim (+) y otros más como Antonio Puc Sabido, José May Canché, y del área deportiva al gran editor Gaspar López Poveda “Galope”, amén de los legendarios cronistas como Felipe Escalante Ruz (deportes), Jorge Álvarez Rendón (cultura) y redactores de la talla de Martiniano Alcocer Álvarez, (mi jefe de Información), Ángel Escamilla, Agustín Vega Martínez, Délmer Peraza Pacheco y de nuevo el inolvidable maestro y ejemplo de coraje, entrega y dedicación: Jorge Muñoz Menéndez (+), hombre exigente, sí, estricto, sí, pero un gran ser humano.

Fue la época dorada del Diario, cuando cometer un error ortográfico y/o gramatical, representaba al menos una severa llamada de atención.

En todo este contexto, destacaba la figura de don Carlos R. Menéndez Navarrete, quien coordinaba y supervisaba directamente con redactores y reporteros la información, siempre enfatizando la calidad, objetividad y veracidad.

Recuerdo también que, al llegar todas las mañanas a la Redacción, una vez definidas las agendas y comisiones para los reporteros, don Carlos ya estaba en su oficina leyendo con detalle la edición del día, y al retornar por la tarde después de las coberturas encomendadas, el director seguía en su lugar, trabajando.

Es decir, el Director General predicaba con el ejemplo e, incluso, cuando terminaba mi jornada volvía de nuevo la vista a su oficina y don Carlos, ahí seguía, firme en su labor.

En aquella época, para ser parte del Diario una de las primeras misiones era la cobertura de la sección policíaca que, por su natural dureza y complejidad, representaba el tamiz más importante para saber quién tenía las aptitudes, capacidad y carácter para el periodismo.

Cuando entré me tocó cubrir la fuente policíaca del turno matutino y el vespertino correspondía al colega Ángel Cabañas; así nos curtimos hasta incursionar a otras secciones como deportes, economía, cultura y política. La experiencia y sagacidad eran fundamentales para el crecimiento profesional.

Anécdotas tengo muchas, como acompañar en su momento a don Felipe Escalante cuando recién se inauguró el parque Kukulcán. Don Felipe, “Juan Brea”, escribía las crónicas de manera impresionante, rápido y sin error alguno.

A este gran periodista y escritor le debo aprender a utilizar las hojas de anotación para béisbol y con ello el uso de la terminología y simbología utilizados en el rey de los deportes.

Agradezco infinitamente a mi jefe Martiniano y a los redactores, cada una de sus observaciones hasta hoy me sirven y mucho.

A Manuel Triay, también mi agradecimiento, su olfato periodístico, agudeza, experiencia y conocimientos, me sirvieron para aprender a observar, escuchar y preguntar, además para analizar la información obtenida, estructurarla y darle el enfoque más importante.

Recuerdo también la alegría y las risas de Antonio Alcocer Hernández quien me bautizó en la Redacción como “El Fedayín” y a todos los técnicos de los talleres que tenían la paciencia de esperar la última nota (por lo general policíaca) para armar las planas del periódico que saldría a la luz pública apenas unas horas después y donde, con orgullo, veíamos como nuestro trabajo ocupaba las primeras planas. Esto nos motivaba a ser mejor cada día.

En la próxima colaboración hablaré de mi paso por el Diario de Irapuato, dirigido por Rafael Loret de Mola Vadillo y del retorno a mi Alma Mater, la UADY.

Saludos. Hasta la próxima.