- La Vieja Guardia

Nueva Viga, en la CDMX, es el segundo mercado más grande de pescados y mariscos del mundo

Fecha: 10 abr 2017

Un muchacho de menos de 20 años de edad intenta arrastrar un tiburón que le duplica el peso y rebasa los 2 metros de longitud. El joven tira con una ganzúa desde la parte inferior del hocico del animal, para bajarlo de una camioneta proveniente de Tabasco. Con cada jalón, el pescado destripado muestra las tres hileras de sus dientes como si aún pudiera lanzar una mordida.

Es una madrugada fría en la Nueva Viga. No son las cinco aún, pero el joven ya transpira de forma copiosa. Después de varios intentos, logra arrastrar al animal para pesarlo. Tres hombres le ayudan a colocarlo en la báscula: "¡Una, dos, tres! -gritan con energía contenida- ¡vamos!". Los números indican casi 200 kilogramos de carne blanca, que serán convertidos en filetes de cazón.

Valentín, otro de los empleados de esa bodega, la A-9, es el encargado de trasladar al animal a su destino. Lo lleva sobre un diablo por el andén mojado por el deshielo. En su trayecto, batalla para ganarles el paso a otros trabajadores que transportan cajas con pescados. Libra también los productos que los comerciantes colocaron frente a las bodegas, y a sus correspondientes clientes. "¡Va por ahi!", grita y se ayuda con silbidos.

Después de cuatro minutos, Valentín entrega el pescado al lugar donde será fileteado. "Ya pueden vacacionar en paz", bromea un comerciante cuando ve al tiburón, que ya no tiene posibilidad de nadar cerca de las playas mexicanas.

Si éste fuese un mercado convencional, el pico de su actividad sucedería al mediodía, no a las 4:30 de la madrugada. Pero se trata de la comercializadora de alimentos acuíferos más grande de Latinoamérica, desde donde salen más de la mitad de los productos de ese tipo que consumirán en el territorio mexicano, que en Cuaresma y Semana Santa incrementan su demanda en un 60 por ciento.

Un mercado que en la pasada Cuaresma comercializó más de 90 mil toneladas de pescados y mariscos, que cubre 60 por ciento de la demanda nacional de especies de escama y moluscos, y que es considerado el segundo más grande del mundo, sólo después del mercado de Tsukiji, en Japón.

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Aculco, la colonia donde está ubicada la Nueva Viga, en Iztapalapa, significa "lugar donde el agua se tuerce". La zona padece la falta del líquido. Sin embargo, por su actividad comercial, eso no impide que este sitio funcione como un gran puerto marítimo.

El mercado se abre a los clientes desde las 2:50 de la madrugada. Los empleados de sus 261 bodegas comienzan a llegar desde la una.

A las 3:00, el estacionamiento con capacidad para 800 vehículos luce prácticamente lleno de camionetas y camiones con mercancía de Veracruz, Chiapas, Sinaloa, Tamaulipas, Michoacán, Oaxaca, Baja California, entre otros estados.

Por su cercanía, la Nueva Viga recibe a diario cargamentos de los estados del Golfo de México. Los pescados y mariscos del sureste llegan en día y medio. Si los productos son del norte del país, el arribo a la Ciudad de México tarda dos días.

A este puerto sin mar llegan clientes mayoristas que venderán sus productos en entidades como el Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Puebla, Querétaro y Tlaxcala.

Casi todos los cargamentos son para el andén A, B y C; el primero exclusivamente para mayoristas, los otros dos venden al medio mayoreo. El cuarto andén, el D, es para minoristas que, por lo general, compran sus productos en el andén A. La última hilera de negocios y bodegas ubicadas en el andén E está dedicada principalmente a marisquerías y restaurantes.

Javier Espinosa Martínez trabaja en la bodega A-29, una de las primeras abiertas poco después de las 3 de la mañana. Para llegar a tiempo, debe levantarse de su cama a las 12 de la noche. En ocasiones, asegura, duerme sólo tres horas.

"Muchos dicen que somos vampiros", presume con una sonrisa. El joven de 29 años de edad relata que él llega a la 1:30 para que a las 2:45 la bodega reciba a los proveedores.

Su trabajo implica abrir la bodega, sacar y enjugar las charolas donde pondrán el producto; después lo seleccionan y lo acomodan para su venta.

El último jueves de marzo, su bodega recibió dos toneladas de pescado de Veracruz con especies como el marrajo -un tiburón de entre 15 y 20 kilogramos-, la picuda -más conocido como barracuda-, y el piña, que toma su nombre por el color y tamaño de sus escamas.

Javier cuenta que en 2014 intentó hacer a un lado la tradición familiar de dedicarse a la comercialización de pescado y se incorporó a la agrupación policial Fuerza Civil, en Nuevo León.

No se arrepiente de haberse regresado a la Ciudad de México, aunque el salario como policía superaba los 300 pesos diarios que gana hoy. La Nueva Viga ha sido un referente de toda su vida. En el lugar trabaja su padre, tíos y primos. "Es mi pasión, amo mi trabajo y es lo que me sustenta, a mí y a mi familia", dice.

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En la bodega A-42, dos trabajadores descargan una camioneta de mojarra proveniente de Tiquicheo, Michoacán, mientras el conductor duerme en la cabina para reponerse de haber conducido desde las 10 de la noche.

Tiquicheo se convierte en una opción para esta bodega ante la veda de febrero a junio que impide pescar la mojarra en Nayarit, su principal lugar de procedencia.

Como todo el año, en la Cuaresma la mojarra es de los pescados con mayor demanda, además del robalo, el sierra y el huachinango.

Los comerciantes coinciden en que la mayoría de los clientes desaprovecha otras opciones por desconocimiento, como la corvina, que justo en la época de Cuaresma llega a La Nueva Viga.

Verónica Cruz es una vendedora que acudió a la Nueva Viga a surtirse de esas especies que más le pide su clientela.

"Siempre compro aquí", dice mientras revisa que los ojos de sus pescados estén brillantes y las branquias luzcan rojas, "vendo en un mercado chiquito del centro de Tláhuac. Son 48 locales. Es variable, a veces se puede vender más la sierra, luego el camarón. Pero son casi siempre los que me piden".

Sólo en esta temporada, otros tipos de pescados existentes en la Nueva Viga son el peto, la trucha, el pámpano, el bonito, el boquerón, el bagre, el rubio, la cintilla, la chopa, el atún, la cabrilla, el pargo, el lenguado, el mero, el angelito... algunas de las 400 distintas especies que se comercializan durante todo el año.

Otro producto que siempre tiene demanda es el camarón.

La vendedora Nelly Ordóñez conoce el negocio desde su niñez.

"Manejamos camarón de mar, viene de Tampico, Tamaulipas. El camarón azul, que viene de Sinaloa. El ostión, que viene de Tabasco. La pacotilla, que viene de Chiapas".

La madre de familia se queja que este año, por el aumento de la gasolina y la delincuencia en la zona de donde proviene, el costo del camarón creció hasta 35 por ciento, pero asegura que vale la pena por ser uno de los de mayor calidad a nivel mundial.

"La gente no sabe lo que está consumiendo. El producto chino es de muy baja calidad. Contiene muchos conservadores. Tardan dos meses en llegar a México, más los dos meses que se guardan en cámaras de refrigeración. Un producto chino ya no es sano", argumenta.

Quizá uno de los últimos bodegueros activos pertenecientes a la generación pionera en su ramo es Luis Barón, de 85 años de edad. El hombre que se cubre del frío de madrugada con una chamarra y una boina suma 60 años en el negocio de los pescados y mariscos, desde que se encontraban en la calle de López, en el Centro de la Ciudad.

Don Luis se rehusa a platicar sobre su negocio. Su sobrino Gilberto Ortiz explica que venden principalmente productos congelados a tiendas de autoservicio y restaurantes del interior del país, como la mojarra yucateca, la mojarra rayada, el jurel, el pargo, además de callo de almeja y mejillón.

Para Semana Santa, sus clientes también incrementan la demanda, explica, por la inercia de los compradores minoristas.

Gil, como es conocido en su lugar de trabajo, reconoce que en ocasiones algunos bodegueros abusan en esta temporada de alta demanda.

"Hay veces en que sí es el mismo producto de la semana pasada. Lo esconden unos días y lo vuelven a sacar. No hay precios controlados. Sólo en algunas especies".

Jazmín Tapia es otra comerciante que desde 17 años atrás vende en la Nueva Viga. Cada día en promedio, comercializa de 300 a 400 kilogramos de calamar, que antes provenía de Guaymas, Sonora, pero ante la escasez ahora lo importa de Perú. En días de alta demanda, sus ventas rebasan la tonelada de calamar.

La comerciante relata desde el andén C que, por lo laborioso de su producto, no descansa ningún día a la semana.

Para ilustrar, señala la pantalla de su teléfono celular colocado en la pared de su negocio, desde donde monitorea con cuatro cámaras el ciclo de producción del calamar.

"Aquí es el proceso de cocimiento, tengo a los muchachos que los están cociendo. Aquí es la bodega donde me traen producto. Llega el tráiler de 27 toneladas. De ahí descargamos del frigorífico. Traemos cada dos tres días 5 toneladas para irlo procesando. Por eso es tan demandante. Hay que cocerlo, picarlo, embolsarlo", dice.

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En la parte opuesta de la entrada principal de la Nueva Viga está ubicado un mercado con 165 locales que los comerciantes identifican como el Tianguis.

Además de la venta al menudeo de mariscos y pescados, también ofrecen verduras y abarrotes. En uno de esos locales, Eladio Villeda Sánchez, de 67 años, vende pescado y camarón seco, nada distinto a la mayoría de los minoristas, excepto por las quijadas de tiburón que cuelgan alineadas en el fondo de su local y que ofrece para ser usadas como ornamentos, a 300 pesos cada una.

Cuando sostiene una de esas dentaduras en sus manos, es posible ver que por ahí cabe sin problema cualquier cabeza humana, a pesar de tratarse de restos de tiburones jóvenes, a los que les faltó crecer.

El hombre saca de una bolsa los colmillos sueltos de tiburón que, asegura, vende también para quienes suelen usarlos como dijes.

Eladio lleva el mismo nombre que su padre, quien además les heredó, a él y a sus siete hermanos, su modo de vida con base en la venta de pescados y mariscos. Algunos como mayoristas; otros, como restauranteros de platillos gourmet en el mercado de San Juan, especializado en comida exótica en el centro de la Ciudad.

El comerciante muestra el recetario de una pescadería con el nombre suyo y de su padre.

"A todos los hermanos nos conocen como 'Los Eladios'", explica.

El pescadero recuerda que él formó parte de los comerciantes que llegaron de la "vieja" Viga en 1992, a través de un fideicomiso que les permitió comprar sus bodegas.

Es testigo del crecimiento del lugar. En 1997, un poco desesperado por las ventas bajas, vendió en 200 mil pesos una bodega del andén E, donde le habían asignado cuando el mercado fue abierto.

Hoy, una bodega similar a la que él deshizo hace dos décadas ronda los 6 millones de pesos.

El comerciante extraña la unión entre bodegueros que los llevó a conseguir levantar la Nueva Viga. Hoy, dos administraciones disputan de forma legal desde 2016 el control del lugar.

"No se ponen de acuerdo. Los verdaderos pescaderos no quieren estar perdiendo el tiempo en palabras, se dedican a su trabajo y traer pescado para que la Viga crezca", dice.

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El olor a pescado en la Nueva Viga es penetrante. Una hora es suficiente para que la ropa y la piel de los visitantes se impregnen del olor del mar, aunque la playa más cercana se encuentre a más de 300 kilómetros de distancia. Sin embargo, para quienes accedan por la puerta norte -y crucen a un lado del basurero con desechos orgánicos- puede resultar nauseabundo.

Algunos comerciantes, relatan, usan un desodorante que les venden en 50 pesos para neutralizar el aroma de su trabajo. Pero la mayoría ya se acostumbró. Se cambian de ropa al salir y algunos dejan afuera de su casa los zapatos que usan para el trabajo.

Además de los casi 3 mil 500 trabajadores de las bodegas, en el mercado laboran más de una veintena de "hieleros", que proveen de ese producto a cada comercio; alrededor de 200 "carretilleros", que transportan la mercancía de los clientes en sus diablos hasta sus vehículos; las "cafeteras", que venden desayunos desde la madrugada; los "fileteros", especializados en rebanar los pescados; los "alineadores", que limpian y parten los pescados de acuerdo con las necesidades de cada cliente.

La Nueva Viga no es sólo para mayoristas. Si bien provee con sus productos a cadenas de restaurantes especializados como Fisher's o Boca del Río y cadenas tiendas de autoservicio como Soriana, también es fuente de abastecimiento de tianguis, mercados locales, chefs reconocidos y amas de casa.

Con el amanecer, los cinco andenes del mercado despiertan paulatinamente.

A partir de las ocho, en el andén E comienzan a abrir los 15 restaurantes que existen, como El Erizo Loco -el primero que se instaló en el mercado-, La Matoza o Puerto de Alvarado.

También hay una veintena de marisquerías y pequeños comercios con empanadas de camarón que cuestan desde 5 pesos.

En las bodegas y negocios de la Nueva Viga es posible conseguir desde un charal, hasta un cuarto de caviar, aseguran algunos bodegueros, aunque advierten que este producto es sobre pedido.

En el transcurso del día, las visitas de familias y amas de casa se incrementan en el área de menudeo.

"La Cuaresma es algo así que viene mucha gente, toda la familia. Como si fueran al mercado o a una exposición. Los que compran más son los foráneos, los mayoristas", dice al respecto la comerciante Jazmín Tapia.

Los vendedores minoristas ya están listos para los días de más venta en el año.

"¡Qué le vendo, pásele! ¡Aquí estoy, aquí estoy!, ¡qué va a llevar?", ofrece un joven que sostiene un pescado colorado por la temperatura de las aguas del Pacífico en cada mano.

Fuente: Reforma.